lunes, 3 de abril de 2017

You had one job


En el periodismo solo importa una cosa realmente: difundir información veraz. Luego se le añaden reglas no escritas, o sí escritas, como que las noticias sean actuales o que, en temas de opinión, se busque un trato de equidistancia, pero lo que prima es el contraste crítico de la información. Un periodista  es (o debería ser), ante todo, un escéptico. Debería consultar su propia fecha de nacimiento en el registro y no conformarse con lo que su madre le haya dicho.

Pero esto tan simple hace tiempo que es más raro de ver que un bigfoot montado en unicornio; nos hemos acostumbrado a encontrar noticias donde se reproducen (la palabra técnica exacta sería «excretan») afirmaciones ya no poco veraces, sino imposibles, sin que nadie levante una ceja. Por ejemplo, sobre la «alergia al WIFI». A menudo me pregunto qué pasaría si, por ejemplo, al cubrir una noticia de un partido amistoso entre los dos mejores equipos de fútbol en el que el resultado fuera 3-0, el periodista publicara que el partido acabó con un 2-0 en el marcador. Un cambio mínimo y del todo irrelevante. Y qué pasaría si un periodista dijera que el cáncer se cura con dietas.

La segunda noticia puede costar vidas; la primera, da igual. Sin embargo, el primer periodista probablemente se vería de inmediato de patitas en la calle (probablemente en un marco de abucheo popular), mientras que el segundo seguirá siendo, además de un incompetente redomado, un peligro para el ciudadano.

A menudo, además, será un incompetente que aplica la equidistancia donde no procede: en entornos donde no se están expresando opiniones, sino hechos, en entornos donde la calidad de quien hace las aportaciones son como el cielo y la tierra (como podría ser, hablando del VIH, las del presidente de una asociación de inmunología y de un agricultor iletrado) o el mero hecho de crear debates inexistentes donde no los hay (como la mera existencia del VIH, los chemtrails, el terraplanismo...).

Si se cruza  una estrella fugaz y alguien protesta, no faltan los «balones fuera», otra seña de un mal periodista, que raramente admitirá equivocarse; hablará de libertad de expresión, igualdad de los ciudadanos ante la ley, o que la nota de prensa sobre la curación del cáncer con sugus le ha llegado del prestigioso instituto internacional de curación del cáncer con sugus, y se han limitado a reproducirlo.

Hay periodistas, demasiados, a los que se podría sustituir por un mono mal amaestrado en machacar ctrl+c, ctrl+v, y la única diferencia sería que, al menos, no habría que soportar las malas excusas del segundo.

Un periodista solo tiene una única cosa de la que asegurarse: de que la información vertida por él sea veraz. Si no pretenden hacerlo por ser costoso, o por pereza, o por pecar de confiados, o lo que sea, mejor sería que dejaran el carnet sobre la mesa y se metieran a porteros de edificio (con todo mi respeto para la profesión).

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